Un día en La Rochelle
La Rochelle – Puerto Viejo
¡Cómo cambia la sensación que produce una ciudad marítima de una ciudad de interior! La Rochelle es una ciudad abierta, fresca y, sobre todo, muy animada. La clase de ciudad a la que estoy más acostumbrado por ser de Málaga y vivir en Tenerife. Impresión que sin duda ofrece el mar; la vista de las aguas azules, el horizonte abierto, el frescor de la brisa en las noches, y los colores tan diferentes del atardecer y el amanecer cuando los primeros rayos, sean de luna o de sol, se reflejan en sus aguas tranquilas.
Viene bien el cambio de Carcassonne a La Rochelle, porque mientras la primera parece estar anclada en el pasado, la segunda se nutre del ruido, de la multitud de gente que pasea junto al puerto en busca de un soplo de aire fresco. Cada ciudad tiene su momento y su estado, y la combinación de ellas, la alternancia, es el bouquet que cualquier experto gastronómico paladea con placer cuando mezcla dulces con salados. Son como el día y la noche, como el desierto y el mar, como el norte y el sur. Polos opuestos.
La Rochelle es uno de los puertos comerciales más importantes de Francia, actual e históricamente. Y es precisamente su actividad portuaria y su situación geográfica la que le ha granjeado odios y cariños. Fue La Rochelle la última ciudad liberada por los aliados en la Segunda Guerra Mundial tras ser ocupada ésta por los alemanes que vieron en ella un lugar perfecto para su armada atlántica y su más que posible invasión a las islas británicas. Y fue también su intensa actividad comercial en el siglo XII cuando era exportadora de sal y vino la que le llevó a tener muy buenas relaciones con Flandes, los países del Báltico e Inglaterra. De su relación con los ingleses nació su afiliación al protestantismo. Y, abrazada a esta ideología reformista, sobre todo desde el año 1540, la llevó a enfrentarse con la Corona francesa, católica.
La Rochelle, «la rebelde», como le gusta de llamarse aún, se enfrentó a la Francia del cardenal Richelieu y fue por ello asediada por las tropas reales en el año 1627. La lucha de David contra Goliat esta vez no tuvo el final bíblico, y tras trece meses de asedio en los que los habitantes sufrieron hambre y enfermedades, la ciudad, al fin, se rindió. La Rochelle, rendida y a los pies de la Corona, perdió todo sus privilegios y pasó a formar parte del reino.
Os recomiendo pasaros en primer lugar por la oficina de turismo. Allí os darán un plano de la ciudad en el que han marcado dos recorridos turísticos a pie, uno de una hora y otro de tres horas.
El símbolo de la ciudad son, sin duda, sus bastiones las tres torres que delimitan la entrada del Puerto Viejo. La más alejada de las tres es la Torre de la Linterna, del año 1445, un antiguo faro que servía de aviso a los barcos. En tiempos ya más cercanos, esta torre sirvió incluso de prisión.
Las dos torres que, enfrentadas, están justo a la entrada del puerto, son la Torre de San Nicolás, también del siglo XIV, característica por su doble almena y de carácter defensivo, y la Torre de la Cadena donde se encuentra todo el sistema con el que se abría y cerraba el puerto.
En el interior del puerto viejo se alinean los barcos de recreo (los muchos barcos) que dan a La Rochelle una estampa muy característica que podéis ver en la foto principal.
Es alrededor de este puerto por donde se construyó un muy agradable paseo que está bordeado de tiendas y restaurantes, y donde se mueve toda la vida turística de la ciudad. Música, puestos, souvenirs, mesas al aire libre… Un lugar ideal para almorzar o cenar viendo el mar.
El interior de la misma es, sin embargo, mucho más tranquilo. De hecho, a medida que nos alejamos del puerto, la ciudad parece perderse en calles solitarias y muy tranquilas, sin apenas ruido.
La Rochelle – Ayuntamiento
No debéis perderos el Ayuntamiento, realmente precioso. Es magnífico, construido en estilo gótico y de un blanco impoluto, con una torre atalaya y una magnífica escalera que da acceso a una galería porticada. También luce magnífica la puerta de entrada a la ciudad antigua enmarcada por un gran reloj y conocida por ello como «La Grosse Horloge«, puerta que data del siglo XIV.
Por último, de la ciudad, os recomendaría que, para relajaros aún más si cabe, paseéis por el gran parque que tiene, el d’Orbigny y el de Frank Delmas, que cruza un tranquilo río y donde podréis sentaros a la vera de un pequeño lago. Este parque acaba también junto al mar, desembocando en una playa, la de la Concurrence, con amplias vistas al mar.
La Rochelle – Parque
La Rochelle cuenta además con varios museos, pero sobre todo, os recomiendo que visitéis el Aquarium, frente al Puerto Viejo, uno de los mayores acuarios de Europa, ideal si váis con niños aunque la visita os llevará más de dos horas y eso, yendo medianamente rápido.
Desgraciadamente el tiempo se nos echó encima y no pude acercarme hasta la Isla de Ré, otro lugar más que recomendable. Prefiero hacer las visitas tranquilas y poderme sentar a gusto en una terraza a descansar antes que ver los lugares rápido y mal. Quedará para otra ocasión porque está claro que para ver La Rochelle y la Isla de Ré hacen falta al menos dos días.
El gran día se acerca: Mont Saint Michel, mi gran objetivo para este viaje. El destino que más he soñado en Francia…
Ya sabéis que podéis seguir el relato de todo mi viaje en: desde Málaga a Saint Michel en tren
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