Un día en Carcassonne
No. Indudablemente las vistas lejanas de la ciudad durante el día, sin dejar de ser espléndidas, no tienen la magia que desprende la medieval estampa de la ciudadela en una noche oscura.
Fue lo primero que hice nada más levantarme. Asomarme una vez a la terraza de mi habitación para admirarla una vez, como si el tiempo se m deslizara entre los dedos, y las manecillas de mi reloj corrieran más deprisa de lo normal, dispuestas a permitirme menos tiempo junto a Carcassonne. Pero había todo un día por delante. Un día que estaba dispuesto a aprovechar al máximo.
En solo una jornada alcanzar a ver tanto la ciudadela como la ciudad nueva es poco menos que un imposible. Si acaso tan escaso tiempo nos permitió andar por ella, callejarla y mirar sus también antiguas iglesias, sus calles peatonales y sus tres pincipales plazas, la de Carnot, la del General de Gaulle y la plaza Gambetta, todo ello camino de la antigua ciudadela medieval, la que hoy prácticamente ha quedado destinada casi exclusivamente al turismo. Fue un paseo agradable éste por la conocida como Bastida de San Luis (la Ciudad Nueva) pero que, queda dicho, no representa nada más allá de eso, un buen paseo.
Nuestro camino debía llevarnos hasta el Puente Viejo, levantado en piedra hace ya más de diez siglos sobre las aguas del río Aude. Curiosamente no es el camino habitual, pues muchos lo hacen por el Puente Nuevo, mucho más céntrico y directo y separado unos cientos de metros del viejo.
Sin embargo, este recorrido es mucho más rústico y hermoso por las vistas que se tienen de las murallas, y sobre todo la armonía y la perfecta simbiosis que ofrecen el río y el magnífico parque que lo recorre paralelo a él.
Desde allí, la cercanía de las murallas, y su esplendor, aunque reconstruidas, pueden darnos una idea de lo que en su día hubieron de sufrir con el asedio de los caballeros templarios. Sin embargo, su historia se rmeonta a varios siglo antes, pues ya en el 122 a.C. el promontorio en el que se alza fue fortificada por los íberos quienes estuvieron allí hasta el siglo V, cuando la ocuparons los visigodos. A éstos los siguieron los sarracenos que la ocuparon en el año 725 aunque serían expulsados pocos años después, en el 759, por Pipino el Breve, rey de los Francos.Con la época feudal el imperio franco se desmembró y la ciudad quedó bajo el gobierno de la dinastía de los Trencavel. Fue precisamente, uno de sus descendientes, Raymond Roger de Trencavel, vizconde de Carcasona, quien abriría las puertas de la ciudad a los cátaros. Considerados pacifistas, sus creencias se separaron de las de la Iglesia Católica, a la que acusaban de aprovecharse de su status falseando la auténtica religión cristiana. Veían el mundo dividido entre el bien y el mal, y consideraban la riqueza material como obra del demonio. Con estas creencias no tardarían en ser considerados herejes por la Iglesia y en ser perseguidos.
En el año 1208 el Papa Inocencio III decretó una cruzada contra los herejes cátaros a la que se unió parte de la nobleza francesa deseosa de anexionarse nuevas tierras, y buena parte de las tropas templarias. Ciudades como Beziers, Albi o Carcassonne sufrieron en sus carnes tales enfrentamientos y se vieron asediadas hasta ser asoladas.
Carcasona, sitiada y con su población asolada por la enfermedad y el hambre, fue rendida el 15 de agosto de 1209 a las tropas de Simón de Monfort; finalmente, en el año 1226, la ciudad sería anexionada al reino de Francia como senescalía de la misma.
Bajo la tutela del rey Luix IX, y posteriormente de Felipe el Atrevido y Felipe el Hermoso, la ciudad creció extramurs, creándose en el año 1262 la actual Bastida de San Luis. Queda por tanto la ciudadela como fortaleza real, y la Bastilla como auténtica ciudad comercial, frontera de los reinos de Francia y Aragón, al menos hasta el año 1659, cuando por el Tratado de los Pirineos, se determina el límite de España y Francia.
Desde entonces y hasta el siglo XVIII la ciudadela fue practicamente abandonada y no fue sino la mano del arquitecto Viollet-le-Duc y del erudito francés Jean Pierre Cros Mayrevielle, que se reconstruyó restauro la ciudadela hasta el estado que hoy tiene.
Pasando por el interior de la ciudadela te das cuenta como el mundo camina hacia lo puramente comercial por encima de Historia y de pasados. No pude sino pensar en tanta sangre derramada en la ciudad; en tantos caballeros caidos a uno y otro lado de los muros, en las penas que se hubo de pasar, y en lo que hoy día pensarían si abrieran sus ojos y vieran en lo que se ha convertido su ciudadela. Es bella, bellísima, de las fortificaciones más impresionantes y esplendorosas que he podido visitar (y son unas cuantas ya), pero ha perdido su alma.
Tanto bullicio, tanto turista, tanto ruido, tanto agobio en sus calles, tiendas, souvenirs, mesas para comer, restaurantes… Sí, si algo recomendaría para visitar Carcasona es hacerlo fuera del verano, cuando el ambiente sea más calmado, cuando haya menos gente.
También os recomiendo que simplemente andéis por su interior, que intentéis abstraeros del turismo y lo disfrutéis, que admiréis sus muralles, y sus antiguas calles, y una vez la hayáis andado de un lado a otro, paséis a visitar sus principales monumentos:
– La Basílica de Saint Nazare, que data del año 925 y que en su día fuera catedral de Carcassone hasta que perdiera su estatus catedralicio en el 1801.
– El Castillo Comtal, construido en el siglo XII por los Trencavel, donde se alojaban, y cuyo paseo interior nos llevará por toda la muralla a tener unas preciosas vistas de la ciudad baja y de vasta llanura del Languedoc.
– La puerta de Narbona, entrada principal de la ciudadela.
– El teatro
– La palestra, lugar situado entre medias de las dos murallas, donde actualmente se celebran unas justas medievales en plan turístico.
Como suele ocurrir con las ciudades medievales y con las calle empedradas, el paseo es cansado y os recomiendo llevéis calzado cómodo. En un día apenas da tiempo a mucho más, de modo que aprovechad para cenar temprano (ya sabéis, no más tarde las 9 de la noche).
Por mi parte, descanso ya, preparado para mi isguiente viaje en tren, camino a La Rochelle…
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