Edfú, el templo de Horus

El templo de Horus en Edfu

Creo que la primera impresión que saqué en este primer amanecer en tierras desérticas egipcias, en Kom Ombo, me acompañará siempre. Pero aquel día había de recuperarme pronto porque aún quedaban por delante dos paradas técnicas más del crucero: Edfú y más tarde, Esna.

Pero primero había que reponer fuerzas. El haber madrugado tanto, y salir tan rápido, sin comer nada, me tenía desfallecido, de modo que llegué a aquel primer desayuno en el barco un tanto famélico. Para mí, novato aún, aquel desayuno estuvo muy bien, aunque ahora con la experiencia adquirida después te das cuenta de que no dejó de ser un desayuno normal. En general, la comida egipcia no me gustó en exceso. Como buena cocina árabe, está muy especiada y, sobre todo, muy picante. Te aconsejan no tomar agua del grifo, hacerlo siempre embotellada y que la botella que te den esté cerrada y la abras tú, cuidar las ensaladas… pero es difícil no probar el agua en absoluto. Una simple enasalada que se enjuague bajo el grifo ya llevará los gérmenes que intentamos evitar; cualquier sopa fría puede contener su riesgo… desgraciadamente, la comida y la sanidad en el país, fue lo peor del viaje.

Ya repuesto, tras andar un poco por el barco y disfrutar en la borda de los paisajes desérticos que íbamos dejando a uno y otro lado, nos llegó la hora de desembarcar en Edfú, nuestra siguiente parada. Aquí se encuentra el templo de Horus, el dios Halcón.

Dedicado al dios del sol y los planetas, es el mejor conservado de todo Egipto y el más importante tras el de Karnak, en Luxor, y destaca por la enorme estatua de Horus que domina el pórtico de entrada al templo, dividido en dos pilonos.

Horus, en Edfu

En el interior se encuentra un enorme y luminoso patio central y luego dos salas hipóstilas (con columnas), una cámara para ofrendas, otra sala y, finalmente, el santuario, con escasa luz. Precisamente esta poca luminosidad se debe a que el templo se va estrechando cada vez más para que la luz penetre cada vez menos en las cámaras interiores, de modo que la última, el santuario, solo recibe la luz solar desde su vertical, en el techo.

El templo comenzó a construirse en el año 237 a.C. por Ptolomeo III, aunque las obras no concluyeron totalmente sino hasta casi dos siglos después, en el año 57 a.C.

Es una pena no saber descifrar los jeroglíficos egipcios, porque el labrado de éstos sobre las piedras de sus paredes y las columnas, es magnífico. No queda, en cada una de las visitas, sino escuchar las historias y leyendas del guía, quien siempre suele contarlas de forma muy amena e incluso participativa.

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Category: Egipto


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